Y entonces me cabreo, y después me pongo triste por cabrearme, y después me cabreo por estar triste y después para acabar de adornar el pastel, mi autocompasión irrumpe con el ímpetu de un motor a turbina y entro en una especie de centrifugado interminable y patético en que la ropa sucia no deja de dar vueltas y mas vueltas, pero nunca queda limpia.
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